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Artículo de interés por si os apetece leer el alma dostoievskiana

“DOSTOIEVSKI, LA PESADUMBRE HECHA ESCRITOR RUSO” Por Eduardo Chamorro

 Si la literatura produjera en el cráneo o en cualquier otra porción dura del cuerpo el mismo tipo de protuberancias que, según Lombroso, acreditaban el desarrollo de una mente criminal, Fiódor Mijáilovich Dostoievski sería entonces el escritor más adecuado para la exhibición de semejantes testimonios en ferias y congresos. Si alguien hizo de las penalidades físicas y las torturas espirituales el yunque en que forjar la vocación, la voluntad y el estilo literario, ése fue él. Hijo de un antiguo cirujano del Ejército ruso, al que describía como “un intelectual proletario”, Dostoievski demostró desde bien temprano en la vida lo perfecto de su dotación para el error y el desastre. Sólo le salieron bien las prolongadas noches de farra durante sus años de estudiante en la escuela de ingeniería militar de San Petesbrugo. Cuando acabó ese período, su madre había muerto, su padre había sido asesinado y el joven oficial estaba sin un duro. 
No tenía otro futuro que el de las armas, pero decidió seguir el de las letras. O el de las letras y las armas mezclando en la singular fórmula de convertir el riesgo de la guerra en la aventura del juego, y la práctica de la esgrima y el tiro en el ejercicio de la razón conspirativa y revolucionaria. 
Quizá ayudó en el proceso la secuencia que le transformó de cadete tímido en oficial lúgubre, y de oficial lúgubre en ciudadano apesadumbrado y tenebroso. Un golpe de mala suerte puso al revolucionario en manos de los sayones del zar Nicolás II, un verdadero truhán en la ciencia de husmear conspiraciones y reprimirlas a mansalva. El escritor fue juzgado y condenado a muerte. Una peripecia diabólica lo sacó del patíbulo para enfilar el destierro en el penal de Omsk, en Siberia, donde aquel lector empedernido se encontró con el Nuevo Testamento como toda biblioteca. De allí salió tan convencido de las excelencias de la ley y el orden, tan persuadido de que el camino de la salvación lo brinda el sufrimiento, que volvió al Ejército y abrazó con fervor la causa mesiánica de la Iglesia ortodoxo. Cuando regresó a San Petesburgo, en 1859, tras 10 años de exilio, él tenía 38 años, un matrimonio fracasado, una capacidad prodigiosa para generar deudas, y un par de novelas que lograron convencer a todos los editores de que allí había un autor al que tomar el pelo. 
La primera de esas novelas, Pobre diablo, era el retrato de una amor asesinado por las circunstancias. La segunda, El doble, tenía como argumento un asunto del que otro ruso, Vladimir Nabokov, sacaría un espléndido partido. El doble cuenta la historia de un pobre funcionario de mente escindida que padece una manía persecutoria bastante razonable, pues acaba enfrentándose a un hombre que es exactamente igual que él, y que dirige a todos cuantos conspiran contra él. Esa percepción de que Dios y el Diablo podían comer en el mismo plato y arrasar el banquete hace acto de presencia, bajo una forma u otra, en la totalidad de la obra de Dostoievski. El tormento narrado en El jugador tiene al Bien y el Mal con los números y colores de los juegos de azar a los que Dostoievski recurrió como refugio ante la tortura espiritual de un hombre cada vez más extraño y distante de sí mismo. Pero, además, implica una segunda esclavitud: la del autor respecto al editor vampiro. Se dice que fue su editor quien lo mantuvo en un estricto régimen económico, perfectamente adecuado para perder en el casino y no ganar nunca. El editor quería publicar la expresión del dolor y las tribulaciones de un jugador frenético, paranoico y agotado. Y lo consiguió, haciendo de El jugador un episodio parecido al del Diablo que se presentó en la casa de Mozart para encargarle un Réquiem que nunca recogió. 
Wolfang Amadeus Mozart falleció en cuanto terminó el encargo, y ese Réquiem fue el suyo, con el Diablo reaparecido bajo la forma de perro negro que acompañó el féretro al cementerio bajo una tormenta de todos los demonios.

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