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El París industrial de 1850







París, cuya actividad productiva estaba aún orientada a los artesanos o a los oficios tradicionales, es objeto del gran cambio del comercio, pues se funda, en 1852, el primer gran centro comercial, el “Bon marché”, que ofrece, frente a las pequeñas tiendas especializadas, una enorme gama de artículos. Rápidamente se crean otros grandes almacenes, algunos de los cuales, como “Printemps”, aún subsisten hoy en día.
            Por ansia de prestigio o por igualarse a Londres, por dar trabajo a los obreros y por remodelar una ciudad cuyas estrechas callejuelas facilitaban la construcción de barricadas –de hecho la Revolución de la Comuna de 1971 ya no pudo extenderse como aquella del 1848-, el II Imperio confía al barón Haussmann, la dirección de grandes obras de urbanismo en París. Realizadas por empresas privadas, las obras cambian el rostro de la ciudad, ya que las sinuosas calles del centro son sustituidas por grandes y arbolados bulevares, por avenidas rectilíneas donde se construyen elegantes edificios para las familias burguesas. Las clases humildes son forzadas a desplazarse a las afueras, a los suburbios. Un gran esfuerzo de equipamiento mejora la salubridad de una capital que ya tiene 1,8 millones de habitantes en 1866: la instalación de agua corriente, la iluminación con lámparas de gas, la creación de zonas verdes y ajardinadas, la construcción de edificios emblemáticos como el Arco del Triunfo o el gran palacio de la Ópera hacen de París la capital de la modernidad, bien comunicada con otras, además, por el desarrollo de la red de ferrocarriles. Con todos estos cambios, la burguesía vive cómodamente y hace ostentación de su riqueza. Con esta “haussmannisación” la ciudad se transformó, en menos de dos décadas, de  ser una ciudad medieval a convertirse en la ciudad más moderna del mundo. Por ello Haussmann ha quedado como el hombre que destruyó el París antiguo, para unos, y, para otros, como el creador del nuevo y gran París.
            Las grandes reformas urbanísticas propias del siglo XIX no fueron exclusivas de París, pero esta ciudad fue la pionera. Obedecían a unas necesidades objetivas: incremento de la población, exigencias de unas construcciones y un urbanismo más higiénico frente a las epidemias, y adaptación del centro de las ciudades a los nuevos medios de transporte como el ferrocarril. Junto a estos objetivos de mejoras sanitarias y de comunicación, la renovación de París sirvió también a finalidades políticas, por los que los cambios fueron aplaudidos por las clases enriquecidas, pero los parisinos más humildes sintieron que habían sido despojados de sus raíces y de sus conexiones sociales, pues son obligados a instalarse en los suburbios. Además, la amplitud de las avenidas, y la colocación estratégica de construcciones oficiales, como los cuarteles, hicieron muy difícil la instalación de barricadas como las que permitieron el triunfo de las revoluciones de 1830 y 1848. Todas estas circunstancias consiguieron la rápida represión de la comuna de París, en 1971.
            Londres, Viena, Florencia o Bruselas realizaron, en los años siguientes, renovaciones urbanísticas a imitación de la parisina.
            Es en esta época cuando Baudelaire publica la mayor parte de sus obras, y cuando la censura multe al poeta por sus Flores del mal, y le prohíba la publicación de varios poemas; sin embargo, ese mismo régimen represivo es el que dota a Baudelaire de una ayuda económica para ayudar a la creación artística. En la parte titulada Cuadros parisinos, Baudelaire muestra su añoranza por el viejo París, y expresa sentimientos contradictorios por una ciudad que encuentra, a la vez, horrorosa y fascinante. El poeta que busca y exalta la modernidad en todas las artes (pintura, música, poesía…) rechaza, sin embargo, la gran modernización de su ciudad.    

          

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