Ir al contenido principal

Otra curiosidad, aunque no sea para examen


El efecto Werther: cuando una novela te incita

Hay novelas que consiguen contagiarnos de alegría, de ganas de vivir, que nos impulsan a propósitos que quizá excedan nuestras habilidades, a alcanzar cumbres remotas, a enfrentarnos a la misma muerte con una sonrisa en los labios.
Otras novelas consiguen justo lo contrario: que abracemos el nihilismo, que miremos al abismo y que el abismo nos devuelva la mirada, que borremos de nuestro código indumentario cualquier prenda de vestir que no sea estrictamente negra. Cosas así.
Pero las novelas, además de su poderoso influjo intelectual y emocional, también pueden ejercer como grandes inspiradores de modas y tendencias, incluso nocivas. Como sucedió con Las penas del joven Werther.
El efecto Werther toma su nombre de la novela de Goethe Las penas del joven Werther, publicada en 1774, una novela muy leída en su día por la juventud, que empezó a suicidarse de formas que parecían imitar la del protagonista. De hecho, las autoridades de Italia, Alemania y Dinamarca la prohibieron por esa razón.
El nombre de este efecto de contagio suicida la acuñó el sociólogo David Phillips en 1974, que demostró que el número de suicidios se incrementaba en todo EEUU durante el periodo transcurrido entre 1947 y 1968 justo al mes siguiente de que apareciera en la primera página del New York Times alguna noticia dedicada a un suicidio.
Pero sin duda el libro que más efectos suicidas produjo en la población lectora fue Euthanasia: The Aesthetics of Suicide (Eutanasia: la estética del suicidio), que escribió James A. Harden-Hickey en 1894 y que incitó a la muerte a muchos lectores. En el libro se describía con sumo detalle técnicas para llevar a cabo el suicidio, incluyéndose 90 tipos diferentes de veneno y hasta 50 instrumentos para darse muerte, así como una gran cantidad de ilustraciones explicativas para su uso.
Años después, el autor también se suicidó, escogiendo como mejor procedimiento la sobredosis de morfina.
Este contagio a través de los medios de comunicación incluso ha obligado al Centro de Control de Enfermedades (CDC) a sugerir cómo deberían publicarse las noticias de suicidios para que no resulten tan potencialmente contagiosas. Por ejemplo, omitiendo todos los elementos personales que pudieran inspirar la compasión del lector. Tampoco se debe sugerir que el suicidio ha contribuido en modo alguno a resolver los problemas del suicida, por ejemplo si el suicidio ha sido suscitado para ajustar cuentas con una mujer adúltera.
En ese sentido, ¿os imagináis un comité censor que determinara cómo deben presentarse las historias narradas en los libros a fin de evitar el contagio de ideas nocivas o el incremento de muerte o dolor?
Tal vez muchas novelas hagan daño. Pero más daño haría en general el determinar qué se puede decir y cómo debe decirse, limitando los movimientos del autor, amordazándolo para evitar que algunas personas salten desde un puente. Porque hay saltos y saltos.
Tal vez las noticias puedan maquillarse para evitar determinado impacto social y emocional. Pero las novelas no son noticias. Las novelas son algo así como ventanas multisensoriales a la vida. Y la vida, lamentablemente, está llena de dolor y sufrimiento, de suicidas, asesinos, pederastas y personajes de similar ralea. Negar eso sería como negar la literatura. Y entonces sólo existiría El mago de Oz.
La libertad comporta efectos secundarios indeseados. Pero ¿estamos dispuestos a pagar el impuesto que supone la falta de libertad a fin de evitar esos efectos? Por mi parte, la respuesta es no. Probablemente, si me quedara en casa, rodeado de algodones y de médicos que chequeran mi salud, mi vida sería mucho más larga y segura. Pero ¿acaso estaría vivo de verdad? Hay vidas que no merecen ser vividas.
Alguien dijo una vez que prefería morir en alta mar que vivir en una cama. Extrapolado al mundo de los libros: prefiero que las letras de un libro me estallen en el cerebro que la tontuna de sus letras acabe por dibujarme una telaraña de babas en la comisura de la boca. Como un paciente lobotomizado.
Y, en todo caso, como también hay libros que nos incitan al suicidio, también los hay que nos hacen reflexionar sobre él o que incluso conciben lugares en los que podemos advertir lo infructuoso de quitarse la vida. Lugares como El Hogar del Suicida, descrito en la novela de Alejandro Casona, Prohibido suicidarse en primavera, que es una especie de sanatorio de almas creado por un doctor que desciende de una familia en la que todos se suicidaban al perder la juventud.
Probablemente no os producirá el efecto Werther. O quizá sí. El riesgo corre por vuestra cuenta. Pero que el riesgo no os impida disfrutarla.                                          Sergio Parra, El País, 10 de enero del 2010


Comentarios

Entradas populares de este blog

Las desventuras del joven Wether (para examen)

LOS SUFRIMIENTOS DEL JOVEN WERTHER. Sí, señor, no soy más que un viajero, un peregrino de este mundo. ¿Sois vosotros algo más? J. W. Goethe, Werther , Madrid, Cátedra, 2009, trad. Manuel José González, carta de 16 de junio, p. 130. PROCESO DE ESCRITURA Y PUBLICACIÓN – EDICIÓN: Los sufrimientos del joven Werther , escrita por Wolfgang Goethe , publicada por primera vez en 1774 , el mismo año que Goethe escribió su oda “ Prometeo ”. Goethe mencionó en la primera versión de su Römische Elegien , Elegías romanas , que su «sufrimiento juvenil» fue en parte inspiración para la creación de la novela. Cuando terminó sus estudios de leyes en 1772, encontró empleo en la Cámara Imperial del Sacro Imperio Romano Germánico en Wetzlar . Goethe fue amigo del secretario Karl Wilhelm Jerusalem . La noche de 9 de junio de 1772 los dos amigos estaban presentes en un baile , donde Goethe conoció a la joven Charlotte Buff (1753-1828) y a su prometido, Johann Christian Kestner (1741-1800...

El París industrial de 1850

París, cuya actividad productiva estaba aún orientada a los artesanos o a los oficios tradicionales, es objeto del gran cambio del comercio, pues se funda, en 1852, el primer gran centro comercial, el “Bon marché”, que ofrece, frente a las pequeñas tiendas especializadas, una enorme gama de artículos. Rápidamente se crean otros grandes almacenes, algunos de los cuales, como “Printemps”, aún subsisten hoy en día.             Por ansia de prestigio o por igualarse a Londres, por dar trabajo a los obreros y por remodelar una ciudad cuyas estrechas callejuelas facilitaban la construcción de barricadas –de hecho la Revolución de la Comuna de 1971 ya no pudo extenderse como aquella del 1848-, el II Imperio confía al barón Haussmann, la dirección de grandes obras de urbanismo en París. Realizadas por empresas privadas, las obras cambian el rostro de la ciudad, ya que las sinuosas calles del centro son sustituidas por...