La biografía de Salinger escrita por su hija retrata a un iluminado entregado a sí mismo
Se edita en español 'El guardián de los sueños', despiadado examen del escritor escondido
MIGUEL MORA - Madrid - 23/02/2002
Así que J. D. Salinger no es el
hombre brillante, sensible, lleno de inteligencia, sentido del humor y
sentimiento tragicómico de la vida que se adivina en sus libros. Según su hija
Margaret A. Salinger, es más bien lo contrario: un egoísta sin sensibilidad, un
machista que hizo sufrir a sus mujeres y las abandonó en cuanto disentían, un
tipo capaz de convertir a su familia en una secta, un iluminado entregado sin
acierto a hacer de su vida su gran obra. Estas revelaciones son el motor de El
guardián de los sueños, la biografía-ajuste de cuentas que publica Debate.
El
libro oscila entre la admiración por la obra y el rencor por su manera de ser
Como
los suicidas de sus libros, volvió de la guerra con una depresión monumental
'Nacido en Nueva York en 1919, Jerome
David Salinger se graduó en una academia militar y asistió, muy brevemente, a
dos universidades'.
Este mínimo retazo de información es
casi todo lo que dice la biografía habitual de este misterioso y genial escritor,
a lo cual se suele añadir que su obra más importante, El guardián entre el
centeno (1951), le consagró como autor de culto y convirtió a Holden
Caulfield, su protagonista, en prototipo del adolescente rebelde y confuso que
busca la verdad lejos del mundo hipócrita de los adultos.
Se sabe también que Salinger se
convirtió en un huraño ermitaño tras su temprano éxito literario (El
guardián... es hoy un clásico incombustible: ha vendido en torno a 800.000
ejemplares en España y millones más en el mundo, y suma y sigue); que el
escritor se recluyó en Cornish, New Hampshire (cumpliendo el sueño expresado en
su primer libro), y que allí fue dando forma a algunos libros más: Nueve
cuentos (1953), Franny y Zooey (1961) y Levantad, carpinteros, la
viga maestra y Seymour: una introducción (1963).
¿Pocos? Suficientes para entrar en la
historia de la literatura, meterse en el corazón de los lectores y convertirse
en un mito escurridizo, en el mayor exponente de escritor-Bartleby, aquel
célebre escribiente de Melville que decía: 'Preferiría no hacerlo'.
Todas, o casi todas sus obras, tratan
sobre lo mismo: los preferiría no vivir de los hermanos Glass (Seymour,
Boo Boo, Franny, Zooey, Buddy, Walt, Walker), jóvenes precoces, brillantes,
extremadamente sensibles y muchas veces con tendencias suicidas que, como en el
inolvidable cuento Un día perfecto para el pez plátano, acaban
cumpliéndose.
El perfil de esos niños recuerda en
cierto modo al de Margaret Ann (Peggy) Salinger (1956), hija mayor del
escritor, licenciada cum laude en Derecho que, en esta biografía escrita
a espaldas del padre (ver El guardián...), se muestra como una mujer que
ha sufrido horrores: una infancia a caballo entre el sueño del papá perfecto y
la pesadilla del papá diabólico, frecuentes ataques de pánico, un hijo con
graves problemas de salud, cinco abortos...
En la página 431 escribe: 'Para mi
padre, tener algún fallo es motivo de repulsión, tener un defecto es ser un
desertor, un traidor, o una traidora. No me extraña en absoluto que su mundo esté
tan vacío de personas reales ni que sus personajes de ficción se suiciden tan a
menudo'.
Pero más allá de la discutible
legitimidad de la hija para juzgar (y airear) la vida elegida por su padre -una
vida, dice ella, dedicada a soñar, a estar lejos de la realidad, según la
creencia mística de que todo es maya, ilusión; pero a la vez una vida
llena de dolor, susceptibilidad y necesidad de los otros-, el libro está
escrito entre la admiración por la obra del escritor y el rencor por su manera
de ser.
Un hombre que cree que llevar a sus
hijos dos semanas de vacaciones a Inglaterra es el sacrificio más grande que
puede hacer un padre es realmente un tipo singular, y quizá por eso la liberada
Margaret Salinger cree justo pedir cuentas a quien, dice, predica una cosa y
hace otra. La prédica consiste en que no hay 'separación entre su búsqueda de
la iluminación y su arte'; la realidad es que, con los demás, es una persona
cruel y miserable.
A ratos, Peggy Salinger escribe a
navaja. Como cuando reprocha a su padre ser un egoísta absoluto ('se vuelve
distante cuando se trata de tu dolor, pero su dolor se lo toma más en serio que
un cáncer'). O al criticar la 'defensa enardecida de su intimidad o de la
santidad de sus obras y sus palabras', cosa que, dice, 'no tiene nada de
indiferente'.
Pero, finalmente, admite la
profundidad de los abismos de su padre: 'Me parece que ésta es la parte de su
obra que llega tanto al público que le adora y que tanto me desconcertaba a mí:
esa necesidad intensa de una persona andando por el borde de un precipicio' (la
imagen de la que nace el título de El guardián entre el centeno). Y
acaba aceptando el indudable mérito artístico: 'Mi padre se ha pasado la vida
escribiendo cosas bellas'.
Pese a esto último, muchos amantes de
Salinger quizá preferirán no leer este libro desmitificador, de un realismo
duro, que nos mete en la locura salingeriana. Pero otros lo apreciarán, pues da
información que no daba la biografía de Ian Hamilton En busca de Salinger, e
incluye varias fotos inéditas del autor.
El relato novelado es exhaustivo. Y
tal vez la sorpresa más conmovedora es comprobar lo cerca que están vida y
creación.
Salinger nació en una familia judía
que finalmente resultó ser sólo medio judía (como sus personajes) porque la
madre no lo era. Esa noticia provocó una terrible crisis religiosa en el joven
Salinger, que primero pasó del judaísmo al cristianismo, de ahí a las
enseñanzas de Yogananda, a la dianética e incluso a la cienciología, sin
descartar apenas ninguna fe de orientación.
Jerome David fue apodado Sonny por su
padre, que se dedicaba a un negocio de importación de alimentos. Igual que
Lionel, el protagonista del cuento En el bote (hijo de Boo Boo Glass),
de muy niño Salinger siempre se estaba escapando de casa (lo cuenta su hermana,
Doris). También sabemos que el padre solía jugar con sus dos niños en la playa,
cogiéndolos por la cintura para salvar las olas, y que les decía: 'Estad
atentos, a ver si veis un pez plátano' (exactamente igual que Seymour Glass).
Más. Salinger, como muchos de sus
protagonistas, estuvo destinado en Europa durante la II Guerra Mundial. Llegó
a sargento, y la hija lo cuenta sin piedad: 'Se incorporó a filas en 1942 para
empezar a transformarse de civil en militar. En adelante, nunca le vi hacer el
retroceso de militar a civil'.
Como los suicidas de sus libros,
volvió de la guerra con una depresión monumental, hecha de agujeros negros de
los que no parecía haber regreso. 'Castigado por el sufrimiento de no poder
amar', su primera mujer fue Sylvia, una funcionaria nazi que conoció en
Alemania. La segunda, Claire, una novicia a la que sacó del convento, fue la
madre de sus hijos, Margaret y Mathew. La actual, Colleen, tiene cincuenta años
menos que el escritor.
Pero quizá la clave de su existencia
esté en sus dos máximas: 'Sólo te inmiscuirás en asuntos de arte si piensas
dedicarte monásticamente', y 'usarás siempre la palabra más sencilla'.
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