Baudelaire
no es el primero en reconocer el valor literario y poético del tema de
la ciudad. Antes que él, Rétif, Balzac y Sue habían contribuido ya a
expandir el interés literario y artístico que puede ofrecer la ciudad.
El antecedente romántico del flâneur es la obra de Rousseau Ensueños de un paseante solitario. Louis Sébastien Mercier empieza a publicar en 1781 el Cuadro de París, que alcanzó doce volúmenes en 1790. Baudelaire introduce una nueva sección en la edición de 1861 de Las Flores del Mal titulada "Cuadros parisienses". La última obra poética de Baudelaire se titula El Spleen de Paris. La ciudad, a partir de Baudelaire, se convierte en una fuente imprescindible de inspiración poética.
La
experiencia de la Modernidad en Baudelaire tiene lugar en la ciudad,
donde el poeta vive y siente la nueva sensibilidad moderna que nace del
contacto constante del cambio y transformación.
El poeta moderno ya no busca su fuente de inspiración poética en la
naturaleza, como era costumbre entre los románticos, sino en la ciudad
tumultuosa donde tropieza con las palabras al mismo tiempo que tropieza
en el empedrado:
"salgo solo a entregarme a mi insólita esgrima,
husmeo en los rincones el azar de la rima,
tropiezo en las palabras como en el empedrado,
y a veces doy con versos largo tiempo soñados". (1)
La
actividad primordial que desarrolla el artista en la ciudad es mirar y
observar la realidad que le rodea: Le flaneur, el que perdido y sin rumbo observa la ciudad.
La función del artista moderno, a partir de Baudelaire, no consiste en
descifrar el destino de la humanidad o los designios divinos sino en
conocer y explorar el mundo humano en el que vive. Su objetivo, por
tanto, es conocer la ciudad y a sus habitantes mediante la observación y
cierta dosis de imaginación. Es grande la admiración que siente
Baudelaire por el poder de observación de Balzac. La función del arte
consiste, para Baudelaire, en traducir las impresiones que producen los
objetos externos en el alma del artista. En realidad, lo que busca es la
modernidad, es decir, la belleza fugaz y pasajera que pasa
desapercibida en el tumulto de la gran ciudad.
A partir de
1859, Baudelaire empieza a concebir una nueva teoría estética basada en
la vida moderna en las grandes ciudades, inspirándose fundamentalmente
en dos artistas poco conocidos: Constantin Guy y Charles Méryon.
Baudelaire dedica a Méryon una página elogiosa en su "Salon de 1859".
Méryon representa para Baudelaire la intrusión de lo fantástico en la
vida moderna. Baudelaire descubre en Méryon un artista capaz de extraer el aspecto fabuloso y fantasmagórico de la ciudad. Constantin Guys, por otro lado, representa el nuevo ideal estético basado en el "esbozo" que fija el instante fugitivo.
Méryon
posee el arte de representar en sus grabados lo imaginario y lo
invisible de las grandes ciudades, mientras que Guys representa en sus
acuarelas el momento fugitivo que no percibe habitualmente el ojo humano.
Méryon resucita los fantasmas del pasado, mientras que el arte de Guys
eterniza el momento presente al mismo tiempo que revitaliza la eternidad
a través del momento pasajero y transitorio del presente. Guys es
definido por Baudelaire como un artista que ha buscado por todas partes
"la beauté passagère, fugace, de la vie présente, le caractère de ce
que le lecteur nous a permis d'appeler la modernité". (2) ("la belleza
pasajera, fugaz, de la vida presente, el carácter de lo que el lector
nos ha permitido llamar la modernidad"). Guys inspira a Baudelaire una
nueva estética que busca "dégager de la mode ce qu'elle peut contenir de
poétique dans l'historique" (3). ("extraer de la moda lo que puede
contener de poético en lo histórico").
Baudelaire dedica el poema "Sueño Parisiense" a Constantin Guys. En
este poema expresa el poeta su odio por la naturaleza y el deseo
inalcanzable de una ciudad sin vestigio alguno de la naturaleza vulgar
que se opone al gusto de Baudelaire por lo artificial y lo exquisito.
Baudelaire lo que descubre a través de Méryon y de Guys es precisamente
un nuevo placer para la vista. La ciudad es convertida gracias al genio
de estos dos artistas modernos en un paisaje concebido para satisfacer
únicamente el placer de la vista:
"Y sobre estas maravillas
Reinaba (¡terrible novedad!
¡Todo era visto, nada oído!
Un gran silencio inacabable." (4)
"Todo
para la vista, nada para el oído", la ciudad se convierte en una fiesta
para los ojos. Baudelaire desarrolla en "El Pintor de la Vida Moderna"
el tema de la gran fascinación que ejerce la ciudad sobre el individuo.
El artista contempla la ciudad como una unidad de fuerza eléctrica que
contribuye a desarrollar y aumentar las facultades humanas. Pero esta
búsqueda interminable de la belleza moderna conduce a la experiencia de
la modernidad, es decir, al sentimiento de extrañamiento y de choque que
produce la atmósfera turbulenta de la gran ciudad en el alma humana
(5).El antecedente literario de esta experiencia de choque entre el
hombre y la ciudad es Rousseau, quien narra en la novela Julie, ou la Nouvelle Héloise la experiencia de un joven, Saint-Preux, que realiza el viaje, tan extendido en la época, del campo a la ciudad. (6)
Rousseau
propone el viaje de regreso de la ciudad al campo, como una forma de
renovación y de recuperación de la salud física y moral. Las ciudades
corrompen al hombre al convertirlo en un siervo de las apariencias y de
las opiniones ajenas que lo alejan de su verdadera esencia, la cual sólo
se revela en la conciencia del hombre solitario.
En cambio, para
Baudelaire es un goce sumergirse en la multitud y embriagarse con todos
los placeres que ofrece la ciudad, la cual desencadena en el hombre una
sensación de plenitud interior y de liberación moral. ¿De qué se libera
Baudelaire cuando se sumerge en la multitud? De su propia conciencia de
culpabilidad que le condena a existir encerrado en su propia
subjetividad. El viaje de Baudelaire consiste en salir del yo con el
fin de abrazar la vida moderna de las grandes ciudades. Esta es la
experiencia de la Modernidad que inaugura Baudelaire a través de la
figura del flâneur, el caminante sin rumbo que descubre de manera
inesperada el ideal soñado en la ciudad, la cual despierta tanto horror
como fascinación en el alma del poeta. La ciudad tiene para Baudelaire
un significado ambiguo donde entran en juego grandes pasiones y
sentimientos de amor y odio simultáneamente:
Je t´aime, ô capitale infâme!…(7)
(¡Yo te amo, Oh capital infame!…)
Para Baudelaire, la ciudad constituye al igual que para Rousseau un abismo para el hombre, una fuente de placeres que conducen a la perdición del alma. Según Walter Benjamin, el rasgo más destacado de la ciudad es la destrucción de las huellas individuales(8).
Para Baudelaire, a diferencia de Rousseau, es un placer sumergirse en
la multitud donde el alma pierde por completo su identidad al disolverse
en el torbellino de la vida moderna:
"No todo el mundo tiene el
don de bañarse en la multitud: gozar de la muchedumbre es un arte, y
sólo puede entregarse a esa orgía de vitalidad, a costa del género
humano, aquél a quien un hada infundió en la cuna el gusto por el
disfraz y la máscara, el odio al hogar y la pasión por los viajes"(9).
Baudelaire describe la experiencia del flâneur en
la ciudad como un placer que sólo puede disfrutar aquel que sabe tomar
un baño de multitudes, lo cual es un arte que muy pocos poseen. La
palabra que define al flâneur, por tanto, es el viaje, es decir,
su movilidad y su incesante caminar hacia otros lugares que le permiten
escapar del aburrimiento y de la monotonía del presente. Sin embargo, a
pesar del carácter aristocrático del dandi baudelairiano, que se siente
superior y distante frente a un mundo decadente, la experiencia del flâneur en
la ciudad hace referencia a una experiencia sensorial y sensual que
permite al poeta abrazar la vida moderna en su totalidad. Baudelaire
sostiene en "El pintor de la vida moderna" que el dominio del flâneur es la multitud: "Sa passion et sa profession, c'est d'épouser la foule."
("Su pasión y su profesión consiste en esposar la multitud") Marshall
Berman destaca a través del verbo épouser el goce sexual que surge del
contacto del flâneur con las multitudes. De lo cual se deduce que un
arte que no está épouser o unido sexualmente (en un sentido figurado)
con las vidas de los hombres y mujeres de las multitudes no es
propiamente un arte moderno (10).
¿En qué consiste el arte del flâneur? El arte del flâneur consiste en mirar sin ser visto (11). Sin embargo, el flâneur que
se expone en la vía pública se convierte en un exhibicionista que está a
la vista de todos, y sin embargo, la finalidad del dandi es pasar
desapercibido en la multitud, y poder contemplar a sus anchas el
espectáculo de la vida moderna sin ser observado por nadie, es decir,
disfrutar desde el anonimato de todos los placeres clandestinos de la
ciudad.
El flâneur puede ser observado mientras observa(12). El flâneur,
que intenta pasar desapercibido, no obstante, se exhibe públicamente y
se expone a ser observado por otros curiosos como él. El observador,
desde este punto de vista, también forma parte del espectáculo que
contempla, y por tanto, está expuesto a la mirada de los demás. El flâneur manifiesta
su pasión por el disfraz y la máscara, como una defensa frente a la
mirada ajena, y sin embargo, pone en riesgo su propia identidad al
entrar en contacto con la multitud.
El artista moderno experimenta la fluidez de su identidad al entrar en contacto con las masas: "Ainsi l'amoureux de la vie universelle entre dans la foule comme dans un immense réservoir d'électricité"
(13). (De este modo, el enamorado de la vida universal penetra en las
masas como en una inmensa reserva de electricidad) Marshall Berman
relaciona esta experiencia intensa del hombre en la ciudad con la
modernización de la ciudad moderna que estimula los sentidos y agranda
la visión de velocidad y de aceleración de la vida moderna.
Según
Marshall Berman, el representante del siglo XX de esta visión
revolucionaria de la ciudad moderna al servicio de la técnica y del
progreso fue Le Corbusier en su obra L'Urbanisme, donde expone la
gran revolución que supuso el tráfico moderno como una fuerza vital y
sobrenatural que imprime una nueva confianza y optimismo en los poderes
del hombre. Esta experiencia de participar en las fuerzas exaltadoras de
la ciudad moderna y que culmina con la aparición del tráfico tal como
lo describe Le Corbusier no coincide exactamente con la experiencia de
Baudelaire, sin embargo, describe la fuerza de la modernización de las
ciudades como fuente de una nueva sensibilidad vinculada con el poder de la técnica y la industria:
"Ese
primero de octubre de 1924 asistí al titánico renacimiento de un
fenómeno nuevo….el tráfico. ¡Coches, coches, rápidos! Uno se siente
embargado, lleno de entusiasmo, de alegría del poder. El simple e
ingenuo placer de estar en medio del poder, de la fuerza. Uno participa
de él. Uno toma parte en esta sociedad que comienza a amanecer. Uno
confía en esta nueva sociedad: encontrará una expresión magnífica de su
poder. Uno cree en ello" (14).
Según
Marshall Berman, Baudelaire no se deja arrastrar por las fuerzas que
desarrolla la ciudad moderna como Le Corbusier, ni termina disolviendo
su propia individualidad al servicio del progreso de la razón y de la
técnica: "Este salto de fe orwelliano es tan rápido y deslumbrante (como
el tráfico justamente) que Le Corbusier apenas si nota que lo ha dado.
En un determinado momento es el familiar hombre de la calle
baudelairiano, que esquiva el tráfico y lucha contra él; un momento más
tarde su punto de vista ha variado radicalmente, de manera que ahora
vive y se mueve y habla desde dentro del tráfico" (15).
Baudelaire representa al hombre de la calle, mientras que Le Corbusier
al hombre del coche. El salto definitivo de Le Corbusier al interior del
tráfico, según Berman, conlleva la superación de los sobresaltos de la
conciencia de Baudelaire, y por tanto, la disolución de las
contradicciones entre el plano espiritual de la cultura y el arte
moderno, y el plano del desarrollo industrial y tecnológico de las
ciudades modernas (16). Le Corbusier se alía como el Fausto de Goethe,
con los poderes del desarrollo y de modernización de las ciudades.
Baudelaire,
a diferencia de Le Corbusier, es el hombre de la calle que camina y
deambula por la ciudad, y que termina siendo marginado y desplazado por
la nueva tecnología al servicio del trabajo industrial y burgués. El flâneur de
Baudelaire es el caminante ocioso que vaga libremente por la ciudad sin
meta alguna, y que convierte su propio viaje por la ciudad en una obra
de arte, es decir, en un fin en si mismo, sin ninguna utilidad exterior.
Baudelaire a diferencia de Le Corbusier no se identifica con la
clase dominante, la burguesía industrial, sino con las clases más
desfavorecidas, los desposeídos y los marginados, como el viejo
Saltimbanqui y las viejecitas que viven en los márgenes de la sociedad
industrial. El flâneur no se alía con la técnica y la industria, como Le
Corbusier, sino que en realidad, es un "Convaleciente" que contempla el
mundo con la mirada de un niño que lo ve como novedad: "L'enfant voit tout en nouveauté; il est toujours ivre. (17)" ("El
niño ve todo como novedad; siempre está ebrio") Baudelaire intuye una
gran afinidad entre la visión del artista y la visión ingenua del niño.
Baudelaire define el genio como "l'enfance retrouvée à volonté" (18).
("la infancia reencontrada a voluntad") El pintor de la vida moderna no
es un hombre-dios sino un hombre-niño, un convaleciente que contempla
el mundo como una novedad llena de misterio y de encanto:
"Para el niño que adora los mapas y grabados
el universo iguala a su enorme avidez
¡Ah qué grande es el mundo a las luz de las velas!" (19)
El flâneur comparte
con el niño la pasión por conocer y observar todo lo que le rodea, es
decir, la pasión de ver y de sentir. Lo que mueve al flâneur es la curiosidad y el deseo de ver con sus propios ojos el gran espectáculo de la vida exterior que se agita a su alrededor. Elflâneur de Baudelaire se esconde en la multitud para pasar desapercibido y poder disfrutar de su anonimato. El flâneur sigue
las pistas de su propia identidad perdida en la masa anónima de las
grandes ciudades. La ciudad por donde pasea Baudelaire no es el París
real sino la ciudad de sus sueños donde todo es posible y estimulante
para la imaginación poética:
"Ciudad hormigueante, ciudad llena de sueños,
donde el espectro atrapa de día al transeúnte" (20)
La
tarea del artista moderno consiste en percibir la belleza que se
esconde en el mundo en el que vive. La figura del V responde a este
doble imperativo de sumergirse en las fuerzas vitales de la multitud y
de preservar la unidad del alma a través del anonimato. La figura del
flâneur entra en decadencia a partir de la época de Baudelaire, en el
momento en que se producen las grandes transformaciones urbanísticas del
París del siglo XIX. El bulevar constituye la innovación urbanística
más importante del siglo XIX y el paso decisivo hacia la modernización
de la ciudad tradicional. Baudelaire fue testigo de la destrucción del
viejo París, como puso de manifiesto en su poema titulado El Cisne:
"¡Cambia París ! Mas nada se mueve en mi tristeza.
Esos nuevos palacios, aquellos viejos barrios,
Todo se vuelve ahora para mi alegoría" (21)
Los
nuevos bulevares creados por Georges Eugène Haussmann, el prefecto de
París durante el mandato de Napoleón III, tuvo como consecuencia la
conversión de la ciudad en un espacio físico y humano unificado, capaz
de reunir y contener a grandes masas de gente(22). La ciudad moderna
deja de ser el recinto amurallado que se defiende del exterior para
convertirse en un espacio abierto para todo el mundo sin distinciones.
Los bulevares permiten una mayor y rápida comunicación dentro de la
ciudad, lo cual establece una nueva relación entre el individuo y la
ciudad (23). Los bulevares de Haussmann tenían como función destruir
el viejo París de las revueltas populares y de las barricadas y
transformar la ciudad para fines comerciales e industriales. El
individuo, gracias a esta nueva vía de comunicación, puede acceder a la
vida pública para defender y luchar por sus intereses individuales. La
ciudad moderna, como afirma Marshall Berman, destruye los límites de
separación entre lo público y lo privado (24). El bulevar crea un
nuevo espacio social donde el individuo puede sentirse en privado en un
lugar público. Este nuevo espacio físico llamado "bulevar" permite al
sujeto individual estar solo en medio de una muchedumbre: "Baudelaire
amaba la soledad- afirma Walter Benjamin- pero la quería en la
multitud"(25).
El bulevar es el nuevo espacio físico de la
modernidad donde se manifiestan sus contradicciones y sus conflictos. El
bulevar transforma el espacio urbano en un lugar de paso que impide al
hombre orientar su vida hacia un mundo estable y familiar. El bulevar,
por tanto, representa las fuerzas externas que impulsan al flâneur a
caminar y a viajar continuamente sin la esperanza de hallar un lugar de
reposo y de protección, en medio de un entorno extraño e incluso hostil.
La ciudad deja de ser un espectáculo para la vista y se transforma en
una jungla donde el caminante corre el riesgo de ser arrollado por el
tráfico del progreso. El flâneur pierde de repente el paraíso
cuando choca con el tiempo acelerado de las grandes ciudades. Entre la
multitud, el poeta pierde su aureola, su insignia sagrada. La ciudad,
por tanto, también implica la pérdida de la inocencia y de la
transparencia. En el poema en prosa titulado "pérdida de aureola"
Baudelaire narra la experiencia de su caída en el fango del anonimato:
"Hace
un momento, cuando atravesaba a toda prisa el bulevar, saltando en
medio del barro, a través de ese caos en movimiento donde llega la
muerte al galope por todos los lados a la vez, di un traspiés y se me
cayó la aureola de la cabeza al fango de la calzada" (26).
La
pérdida de aureola significa que el poeta ha descendido de capa social.
La pérdida de aureola remite al paso del dandismo a la bohemia. El dandi
hace referencia al hombre refinado y elegante que representa la nobleza
y el heroísmo a través de su personalidad, y el espíritu aristocrático
en contra del igualitarismo burgués. Las leyes que gobiernan al dandi
están en su interior lo cual le separa de la vida vulgar y cotidiana. Es
la última expresión del heroísmo en la decadencia. En cambio, el
bohemio es el artista que ha caído en la miseria debido a que su
ociosidad no encaja en la sociedad burguesa, y por tanto, es desplazado
por su inutilidad a los márgenes de la ciudad: "El bohemio había sido,
sencillamente, el habitante de la antigua y verde Bohemia, a orillas del
Moldava (…) la palabra "bohemio" acabó designando a los transhumantes, a
los nómadas, a los músicos y a los aventureros" (27). Baudelaire
compone un poema inspirándose en un grabado de Jacques Callot titulado Bohémiens en voyage, que
nos permite ver la afinidad del flâneur con los pueblos nómadas, como
los gitanos, que encarnan el espíritu del poeta moderno en busca de un
ideal inalcanzable en este mundo:
"La profética tribu de pupilas ardientes
se puso ayer en marcha, llevando a sus pequeños (…)" (28)
En
la época de Baudelaire, la bohemia representa el espíritu de rebeldía
romántica contra los valores de la burguesía. Henri Murger evoca este
espíritu de rebeldía juvenil en su obra Escenas de la Vida Bohemia (Scènes de la vie de bohème, 1847-1849) Puccini se basa en esta novela de Murger para componer su cuarta ópera titulada La Bohemia, que
se estrena en 1896 en el teatro Regio de Turín (29). En esta obra
publicada en 1851, Murger retrata a una generación de artistas y
escritores marginados que sufren en sus propias carnes las dificultades
de la vida, con un espíritu nostálgico y rebelde. Baudelaire pertenece a
la generación de la bohemia naturalista. (30)
El
poeta-bohemio que ha caído en el fango del Macadam no puede escapar a
la marginación ni a la melancolía en la ciudad, la cual ya no se
corresponde con los sueños del poeta. Walter Benjamin compara al poeta
moderno con el trapero que rescata del olvido los retazos que la ciudad
rechaza y expulsa hacia la periferia. El poeta se identifica con todos
los seres que están marginados del centro de industrial y comercial de
la ciudad. La belleza que encuentra Baudelaire en la ciudad no es la
belleza eterna e inmutable, sino la belleza fugaz y fragmentada que
escapa al control de la sociedad burguesa. La realidad que no quiere ver
el burgués acomodado es la pobreza y la marginación que nos revela las
verdaderas contradicciones de la vida moderna. La ciudad moderna abierta
a todas las miradas es el lugar donde se manifiesta la realidad que
nadie quiere ver y que sin embargo, nadie puede no ver: la realidad del
Mal. En el bulevar se manifiesta la separación entre ricos y pobres,
entre los poseedores y los desposeídos, entre la raza de Abel y la raza
de Caín:
"Raza de Abel, nútrete y duerme;
Dios complacido te sonríe.
Raza de Caín, por barro y lodo
Te arrastrarás hasta la muerte" (31)
La
ciudad como espacio físico único ha destruido las barreras
tradicionales de clases que la conciencia individual no ha borrado de su
memoria. Marshall Berman dedica un capítulo en analizar el poema en
prosa "Los ojos de los pobres": "Los bulevares, al abrir grandes huecos a
través de los vecindarios más pobres, permitieron a los pobres pasar
por esos huecos y salir de sus barrios asolados, descubrir por primera
vez la apariencia del resto de la ciudad y del resto de la vida" (32).
Los ojos de los pobres se manifiestan en el centro de la ciudad, lo cual
produce en el poeta un malestar que no es capaz de reconocer en sí
mismo, sino a través de su amada que no puede soportar la visión de los
pobres (33). La experiencia de la ciudad desencadena un choque que
destruye la imagen ideal que el hombre tiene de sí mismo, y le enfrenta
con una realidad que no quiere ver. La ciudad por tanto nos ofrece la
experiencia de la alteridad, es decir, la parte inconsciente del hombre
que se revela a través de los sueños y deseos más ocultos.
La
pérdida de aureola, como sostiene Marshall Berman, tiene lugar donde
convergen el mundo del arte y el mundo corriente, es decir, lo
espiritual y lo físico. Walter Benjamin es el primero en sugerir las
afinidades entre el artista de la vida moderna y la desacralización del
mundo de la burguesía. El artista moderno a partir de Baudelaire sufre
en su interior las contradicciones del capitalismo moderno que había
denunciado Marx en su Manifiesto: "La burguesía ha despojado de
su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por
venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al
sacerdote, al poeta, al sabio, los ha convertido en su servidores
asalariados" (34). El artista moderno se vende a la burguesía para
ganarse la vida en un mundo que ha perdido totalmente el gusto por los
valores superiores:
"Habrás de granjearte el pan de cada noche
moviendo un incensario, como hace el monaguillo,
y entonando un Tedeum en el que apenas crees,
o exhibiendo tu arte, saltimbanqui en ayunas" (35)
La
ciudad no sólo pertenece a los vencedores con fortuna sino también a
los vencidos y desheredados, a los hombres y mujeres que han perdido lo
que no puede recuperarse, y que están sumidos en un dolor insuperable
que nada puede consolar. El poeta que desciende a las ciudades corre el
riesgo de perder su aureola y su propia vida, lo cual forma parte del
heroísmo de la vida moderna.
El viaje del flâneur comienza
siendo una salida hacia el mundo exterior, desde lo privado a lo
público (36). En esto consiste, el heroísmo de la vida moderna, en
exponerse a los peligros de la ciudad moderna. El flâneur se
convierte en un espectador desinteresado que no deja huellas en la
historia. Está de paso por la ciudad. No tiene un lugar fijo de
residencia. Su identidad es fluida e inconsistente. Su yo está vacío en
espera de recibir nuevos contenidos y sensaciones. La multitud
constituye una fuente inagotable de nuevas experiencias que permiten al
poeta-flâneur escapar del tedio de vivir y del Spleen.
Baudelaire se inspira en El hombre de la multitud de
Edgar Allan Poe. Sin embargo, el flâneur de Baudelaire no es el "hombre
de la multitud" que se pierde para siempre en la marea humana de las
grandes ciudades, y que funde para siempre su destino con el destino de
las masas. El hombre de la multitud de Poe ya no se pertenece a sí mismo
sino que camina sin identidad en medio de las masas. Ya no tiene otra
finalidad que seguir a las masas, y seguir dentro de la multitud, que se
ha convertido en su nuevo hogar. En cambio, el flâneur baudelairiano no
se instala en la multitud, sino que busca en la soledad, lejos de la
marea humana, la salud de su alma. Al final del viaje, el flâneur regresa
al dolor interior y al vacío de la vida privada, es decir, a la
nostalgia romántica y a la exaltación del yo de Rousseau. Al final de su
viaje, el flâneur se aleja de las masas urbanas enloquecidas que se
alían con la técnica y el progreso, para quedarse a solas su dolor
incomunicable:
"Mientras la muchedumbre vil de los mortales,
que fustiga el Placer, verdugo despiadado,
a la fiesta servil va a cosechar pesares,
vámonos, Pena mía; cógeme de la mano" (37)
Hemos
visto que Baudelaire se proclama como poeta de ciudad. Baudelaire
rechaza la idea de naturaleza como fin espiritual del hombre, como
sostenía Rousseau, y persigue, por el contrario, la belleza que se
esconde en la ciudad, la cual se distingue por su extrañeza y su poder
de fascinación. Baudelaire se deja atraer por la belleza de la ciudad
que conduce a la perdición del alma, y sin embargo, Baudelaire se
mantiene al borde del abismo. No se deja arrastrar por las corrientes
del progreso que destruyen las huellas del hombre solitario que
encarnaba Rousseau. Baudelaire participa en la revolución de 1848 y se
alía durante un breve periodo con el proletariado levantado en armas
contra el poder establecido. Sin embargo, después del golpe de Estado de
1851, Baudelaire adopta una postura reaccionaria en contra de la
revolución y del progreso de la democracia. Baudelaire se encierra en su
torre de marfil para escapar al ruido de las masas populares:
"cerraré las cortinas, las puertas y ventanas,
para erigir a oscuras mis mágicos palacios. (…)
Por mucho que el Motín retumbe en mis cristales,
No logrará que eleve la frente del pupitre" (38)
En el momento en que desaparece el París del siglo XIX, El flâneur es
desplazado y destruido por el tráfico. Ya no podemos pasearnos por el
París de Baudelaire, el cual se ha desvanecido como todo lo que está
preñado de temporalidad. El tiempo es el gran enemigo del poeta que
destruye todas las esperanzas de salvación y de reconciliación. El
hombre moderno vive en medio del tráfico y de las contradicciones
insuperables de la ciudad moderna. Baudelaire sueña en su época de
madurez con una prosa poética capaz de traducir los sobresaltos del alma
que corresponden con la experiencia del poeta en la ciudad:
"¿Quién
de nosotros no ha soñado, en sus días más ambiciosos, con el milagro de
una prosa poética y musical, aunque sin ritmo ni rima, lo
suficientemente flexible y contrastada como para adaptarse a los
movimientos líricos del alma, a las ondulaciones del ensueño, a los
sobresaltos de la conciencia? Este ideal obsesivo nace principalmente
cuando se frecuentan ciudades enormes y se entrecruzan uno con sus
innumerables relaciones" (39).
La
poesía de la modernidad creada por Baudelaire surge en medio del
tráfico, es decir, en la calle donde se debate el hombre en la vida
cotidiana. El gran descubrimiento que hace el poeta que pierde su
aureola en medio del tráfico es que "el aura de la sacralidad artística"
no es esencial para la poesía, la cual puede desarrollarse con igual o
mayor éxito en lugares poco "poéticos" o cotidianos. Según Baudelaire,
la poesía no puede desarrollarse de espaldas a la vida a pesar de todos
los peligros y sobresaltos que implica. Según Marshall Berman, el viaje
del flâneur no desaparece del todo a pesar de que el París del siglo XIX
se haya desvanecido para siempre en el aire. Baudelaire mismo no
descarta la posibilidad de que otro poeta pueda recoger la aureola que
se le cayó en el fango, de manera que la aureola puesta en circulación
no está totalmente perdida. No obstante, Baudelaire se muestra crítico e
irónico respecto a la sacralidad del arte que aparece bajo el símbolo
de la aureola. El arte que defiende Baudelaire ya no representa la
belleza eterna que permanece inmutable en el mundo platónico de las
ideas, sino que refleja las impresiones fugaces de la vida moderna.
La
modernidad poética de Baudelaire se configura en torno a la sensación
de fugacidad y de caducidad de todas las cosas. Baudelaire no busca,
según Benjamin, la belleza absoluta e inmutable que trasciende el mundo
sensible. La belleza de Baudelaire se encuentra en la metrópolis, donde
el hombre vive y lucha por la vida. La belleza moderna que busca
Baudelaire en la ciudad es una belleza que pone al artista en contacto
con la muerte. Este contacto simbólico con la muerte a través de la
belleza representa el heroísmo de la vida moderna. Walter Benjamin
analiza la modernidad de Baudelaire como una alegoría de la muerte. La
ciudad moderna significa la muerte de la identidad y el nacimiento de lo
fragmentario y de lo inacabado. El artista descubre la muerte, y
concretamente, la muerte de una identidad que creíamos como algo sólido y
que sin embargo, se desvanece el aire, como todas las cosas de este
mundo. Esta es la tesis de Marshall Berman en su obra Todo lo sólido se Desvanece en el aire.
La experiencia de la modernidad que describe Baudelaire deja abierta la
posibilidad de que cualquier hombre dotado de imaginación pueda
continuar el viaje del flâneur. Baudelaire abrió las puertas de una
nueva vía poética que habrán de recorrer Verlaine, Rimbaud y Mallarmé y
que llegará hasta los Surrealistas.
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