Habían
llevado su sillón hasta el rellano del amplio vestíbulo y se hallaba
rodeada de sus criados, de la obsequiosa servidumbre del hotel, y en
presencia del oberkellner que había acudido a recibir aquella
visitante de alta categoría llegada allí con tal aparato y ruido, tan
numerosos sirvientes propios y tanto equipaje ... ¡la abuela!
Sí, era ella misma, la imponente y rica Antonina Vassilievna Tarassevitchev, gran propietaria y gran dama moscovita; la babulinka,
a la que se habían mandado tantos telegramas, moribunda de setenta y
cinco años que no se decidía a morir y que de pronto nos llegaba en
carne y hueso, como caída del cielo. Allí estaba, conducida en su
sillón, como siempre, desde hacía cinco años, con su gesto avispado,
irascible, satisfecha de sí misma, erguida en su asiento, dando gritos
imperiosos, regañando a todo el mundo ... En una palabra, exactamente la
misma Antonina Vassilievna que yo había tenido el honor de ver dos
veces, desde que entré de preceptor en casa del General. Era natural que
me quedase ante ella fulminado de estupor. Sus ojos de lince me habían
visto a la distancia de cien pasos; me había reconocido y llamado por mi
nombre y apellido, pues estaba dotada de una memoria prodigiosa.
He aquí, pues, a la que esperaban ver muerta y enterrada y después de haberles dejado una herencia -pensé en seguida-; pero
es ella quien nos enterrará a todos y a toda la gente del hotel. ¡Dios
mío! Pues es capaz de revolver el hotel de arriba abajo.
Bueno, amigo mío, ¿por qué me miras con los ojos tan abiertos? -me apostrofaba a gritos la abuela-. ¿No sabes saludar y dar los buenos días? ¿Es el orgullo lo que te detiene? ¿No me has reconocido? Mira, Potapytch -y
se dirigía a un viejecito vestido de frac y corbata blanca, con una
calva rosada, su mayordomo, que la acompañaba en el viaje-. Mira. ¡No me conoce! ¡Ya me han enterrado! Recibíamos telegramas: ¿Se ha muerto o no? ¡Sí, sí, lo sé todo! Pues bien, ya lo ves; aún estoy vivita.
Por favor, Antonina Vassilievna, ¿por qué tengo yo que desearle ningún mal? -repliqué alegremente cuando me hube serenado-. Me ha sorprendido y es muy natural ... ¡Su llegada es tan inesperada! ...
¿Qué
hay en ello de extraño? Me he sentado en un vagón y, ¡adelante,
marchen! Se va muy bien, no hay sacudidas, a fe mía. ¿Vienes de paseo?
Sí, he dado una pequeña vuelta hasta el casino. Está aquí cerca.
Se está muy bien aquí -dijo la abuela girando la vista en torno suyo-. Hace calor y los árboles son frondosos. ¡Esto me gusta! Pero ¿y nuestra gente? ¿Y el General?
¡Oh, sí! A esta hora todos están en sus habitaciones.
¡Ah!
¿También aquí tienen sus horas reglamentadas y andan haciendo
ceremonias? ¡Se dan tono! Tienen coche, según me han dicho. Los señores
rusos. ¿No es eso? Después de haberse comido su fortuna, huyen al
extranjero. ¿Y Praskovia, está con ellos?
Sí, Paulina Alexandrovna debe de estar con ellos.
¿Y
el francés también? Bueno, ya los veré a todos. Alexei Ivanovitch,
llévame en seguida a las habitaciones del General. ¿Te encuentras bien
aquí?
Regular, Antonina Vassilievna.
La abuela volvióse hacia sus mayordomos.
Y
tú, Potapytch, dile a ese papanatas de mozo que nos dé una habitación
cómoda, agradable, en el primer piso, y haz que trasladen mi equipaje.
Pero, ¿por qué quieren llevarme todos? ¿Por qué esta insistencia? ¡Qué
serviles! ... ¿Quién es ése que está contigo? -me preguntó de nuevo.
Es Mr. Astley -respondí.
¿Y quién es Mr. Astley?
Un viajero, uno de mis buenos amigos. Conoce también al General.
¡Un
inglés! Por eso me contempla fijamente sin despegar los labios. Me
gustan los ingleses. Que me lleven a las habitaciones de nuestra
familia. ¿Dónde se hospedan?
Transportaron
a la abuela. Yo marchaba a la cabeza por la amplia escalera del hotel.
Nuestro grupo causaba sensación. Las personas que encontrábamos a
nuestro paso se detenían y abrían mucho los ojos. Nuestro hotel pasa por
ser el mejor, el más caro y el más aristrocrático de Ruletenburg. En la
escalera y en los corredores encuéntranse siempre grandes damas y
graves ingleses. Muchos interrogaban abajo al oberkellner, que, por su parte, estaba muy impresionado. Contestaba naturalmente que se trataba de una extranjera muy principal, una rusa, una condesa, una gran señora, y que ocuparía las mismas habitaciones que habían sido reservadas una semana antes a la gran duquesa de N.
Lo
que más llamaba la atención era el aspecto majestuoso y autoritario de
la gran dama que conducían en un sillón. Al encontrarse con alguna
persona desconocida ya estaba midiéndola de arriba abajo con curiosos
ojos y me hacía preguntas en voz alta acerca de ella.
La
abuela era de recia complexión, aun viéndola sentada se adivinaba que
era de elevada estatura. Se mantenía derecha como una tabla en su
asiento, sin apoyarse en el respaldo, y llevaba erguida su cabeza gris;
los rasgos de su rostro eran muy pronunciados. Tenía un aire de
arrogancia y de desafío, si bien su mirada y sus gestos eran
completamente naturales.
No
obstante sus setenta y cinco años tenía la cara fresca y los dientes
bastante bien conservados. Llevaba un vestido de seda negra y una cofia
blanca.
¡Qué anciana más interesante! -murmuró Mr. Astley, que me acompañaba.
Se halla al corriente del asunto de los telegramas -pensaba yo-; conoce también a Des Grieux, pero no a la señorita Blanche. Inmediatamente revelé este pensamiento a Mr. Astley.
¡Debilidades
del corazón humano! Tan pronto me repuse de mi sorpresa, me hallé
encantado del golpe que en aquel momento íbamos a dar al General. Me
sentía agresivo y marchaba a la cabeza de la comitiva con alegría.
Nuestras
gentes se alojaban en el segundo piso. Sin prevenir, ni siquiera
llamar, abrí las puertas de par en par y la abuela hizo una entrada
triunfal.
Como
si lo hubieran hecho adrede, todos se hallaban reunidos en el gabinete
del General. Era mediodía y proyectaban, según parece, una excursión,
unos en coche y otros a caballo, y, además, tenían invitados a algunos
amigos.
Además
del General, y Paulina con los niños y su niñera, se hallaban
presentes: Des Grieux, la señorita Blanche vestida de amazona; su madre,
la señora viuda de Cominges; el principillo y un sabio alemán, doctor
viajero y explorador al que había ya visto anteriormente.
El
sillón de la abuela fue colocado en el centro de la habitación, a tres
pasos del General. ¡Dios mío, jamás olvidaré aquella escena!
Al
entrar nosotros estaba el General contando no sé qué cosa y Des Grieux
rectificaba. Hay que observar que desde hace dos o tres días Des Grieux y
la señorita Blanche manifiestan, en las mismas barbas del General, una
gran admiración hacia el pequeño príncipe. La reunión, al menos en
apariencia, daba la impresión de la alegría más franca, más íntima.
Al
ver a la abuela el General, de pronto, quedóse estupefacto, abrió la
boca y no llegó a pronunciar una frase. La contemplaba con las pupilas
dilatadas ... como fascinado por la mirada de un basilisco. La abuela le
examinaba también, inmóvil, con aire de triunfo, provocativo y burlón.
Se observaron así durante unos diez segundos, en medio de un profundo
silencio. Des Grieux se sintió primeramente aniquilado, pero pronto su
rostro reflejó una inquietud extrema. La señorita Blanche, con las cejas
levantadas, la boca abierta, miraba estúpidamente a la abuela. La
mirada de Paulina expresaba asombro y duda extraordinarios; de pronto se
puso pálida como la cera y al cabo de un instante la sangre afluyó a su
rostro coloreándole las mejillas. ¡Sí, aquélla era verdaderamente una
catástrofe para todo el mundo!
Paseé mi mirada por todos los presentes.
Mr. Astley se mantenía apartado, tranquilo y digno, como de costumbre.
¡Bueno, ya estoy aquí, en vez de un telegrama! -exclamó, finalmente, la abuela, rompiendo el silencio-. ¿No me esperabais?
Antonina Vassilievna ... querida tía ... ¡qué sorpresa! ¿Cómo has venido? ... -murmuró el infortunado General.
Si la abuela hubiese tardado en hablar unos cuantos segundos más, el General hubiese sufrido un ataque.
¿Que
cómo he venido? ¡Pues que tomé asiento en un vagón y adelante, marchen!
¿Para qué sirve el ferrocarril? Pero todos pensaban: la vieja ha
estirado la pata y ¡vamos a heredar! Sé que has telegrafiado muchas
veces y me imagino lo que ha debido costarte eso. Creo que aquí es muy
caro. Pero yo, ni corta ni perezosa ... aquí me tienes... ¿Es éste el
famoso francés? ¿El señor Des Grieux, no se llama así?
Oui, madame -asintió Des Grieux-, et croyez, je suis enchanté ... Votre santé ... c'est un miracle ... Vous voir ici ... une surprise charmante ...
Sí, sí charmante ... Te conozco, farsante, y no te creo ni así ... -y le mostró su dedo meñique-. ¿Quién es? -preguntó
luego, señalando a la señorita Blanche. La francesa, vestida de amazona
y con la fusta en la mano, le producía una impresión que no podía
ocultar-. ¿Vive aquí? ¡Hum!
Es la señorita Blanche de Cominges, y ésta es su madre, la señora de Cominges. Se hospedan en nuestro hotel -expliqué.
¿Está casada la hija? -preguntó, sin ambages, la abuela.
La señorita de Cominges es soltera -contesté lo más respetuosamente posible y con toda intención en voz baja.
¿Es alegre?
No quise entender la pregunta.
¿Resulta distraído hablar con ella? ¿Comprende el ruso? En Moscú, Des Grieux lo chapurreaba bastante mal.
Le expliqué que la señorita de Cominges no había estado nunca en Rusia.
Bonjour -dijo la abuela, encarándose bruscamente con la señorita Blanche.
Bonjour, madame.
Y
la señorita Blanche hizo una ceremoniosa reverencia, marcando bajo el
velo de una extremada cortesía su estupefacción ante unos modales tan
extraños.
¡Oh,
baja los ojos, se hace la tímida! ... Se conoce al pájaro por su manera
de volar. Debe ser una comedianta ... Me alojo en este hotel,
justamente en el primer piso -continuó, dirigiéndose al General Seremos vecinos. ¿No te alegras?
¡Oh, tiíta! Crea en mis sinceros sentimientos ... de satisfacción -replicó el General.
Este
se había tranquilizado ya hasta cierto punto, y como, cuando llegaba la
ocasión sabía hablar con facilidad pasmosa, se puso en seguida a
perorar afectadamente.
Estábamos
tan alarmados ... tan consternados por las malas noticias que temíamos
acerca de su salud ... Recibíamos telegramas tan inquietantes ... Y de
pronto.
¡Cuéntaselo a otro! -interrumpió la abuela.
Pero, ¿cómo? -contestó inmediatamente el General, alzando la voz y haciéndose el desentendido-. ¿Cómo
se ha podido decidir a hacer semejante viaje? A su edad ... con su mal
estado de salud ... Todo esto es tan imprevisto que nuestra sorpresa es
comprensible. Pero estoy tan contento ... y procuraremos todos -aquí una encantadora sonrisa-, por todos los medios, hacer su estancia aquí lo más agradable posible. Ya lo verá usted.
Basta
de cumplidos. Charlas, según tu costumbre. Ya sabré vivir a mi manera.
De todos modos, no te guardo rencor, he olvidado las ofensas. ¿Cómo he
podido decidirme a venir?, me preguntas. ¿Qué hay en ello de
sorprendente? Es la cosa más sencilla. ¿Y por qué se extrañan todos ...?
Buenos días, Praskovia. ¿Qué haces aquí?
Buenos días, abuela -dijo Paulina, acercándose-. ¿Fue muy largo el viaje?
He aquí, al menos, una pregunta sensata. Los demás se limitan a exclamar: ¡Oh! y ¡Ah!
Bueno, escucha. Pasaba el tiempo en la cama, el tratamiento se
eternizaba, envié a paseo a los médicos e hice venir al bedel de San
Nicolás, el cual había curado de la misma enfermedad a una mujer con
harina de heno. Bueno; pues este remedio me dio buen resultado. Al cabo
de tres días sudaba abundantemente y me levanté. Luego, mis médicos
alemanes se reunieron de nuevo, se pusieron las gafas y deliberaron: La estancia en un balneario con tratamiento apropiado haría desaparecer la obstrucción. ¿Por qué no?, pensé. Los Duorzaivguine lanzaron suspiros: ¡ Qué idea irte tan lejos!
¿Qué os parece eso? En veinticuatro horas, mis preparativos de viaje
estaban hechos y el viernes de la semana pasada tomé a mi camarera,
luego Potapytch, luego a Fiodor, mi criado, del que me separé en Berlín,
pues me era inútil y hubiera podido ya viajar sola. Tomé un
departamento reservado. Hay factores en todas las estaciones que, por
veinte kopeks, os llevan a donde queréis ... ¡Qué habitación! -terminó diciendo, mientras miraba en torno-. ¿De
dónde sacas el dinero, amigo mío? Porque toda tu hacienda está
hipotecada. ¡Sólo a este franchute le debes una buena suma! ¡Lo sé todo,
todo!
Tía ... -comenzó diciendo, confuso, el General-. Creo no tener ya necesidad de tutela. Además, mis gastos no rebasan mis recursos, y aquí ...
¿No los rebasan? ¡Vamos! ¡Seguramente has desvalijado a los niños, tú, su tutor!
Después de eso, después de esas palabras, -replicó el General, indignado- ya no sé ...
¡No sabes! Dime, ¿no has dejado la ruleta? Estás exhausto,¿verdad?
El General estaba tan consternado que, bajo el peso de la emoción, apenas podía hablar.
¡La ruleta! ¡Yo! En mi situación ... ¿Yo? Tranquilícese, tía, usted debe estar todavía enferma ...
¡Cállate!
¡No haces más que mentir ...! Pero hoy mismo he de ver yo qué es eso de
la ruleta ... Veamos, Praskovia, cuéntame, dime lo que hay que ver
aquí. Alexei me lo enseñará, y tú, Potapytch, toma nota de los lugares a
donde se puede ir. ¿Qué se puede visitar aquí? -preguntó de nuevo a Paulina.
Nos encontramos ante un fragmento del capítulo 9 de la novela "El Jugador" de Dostoievski. A comienzos del fragmento podemos observar la lujosa llegada de la abuela al hotel, Alexei se queda alucinado, es una gran señora y se nota que es de la burguesía, lleva mucho equipaje.
ResponderEliminarLas primeras palabras de la abuela nos dan a conocer su gran carácter, (¿No sabes saludar? ¿ Y dar los buenos días?). Trasmostrarle su carácter a Alexei le hace referencia a los telegramas que sus familiares le habían mandado preguntándole si habia muerto o no. Por lo que la abuela ha llegado para darse a manifestary además llega sin avisar por lo que todos se van a sorprender bastante. La abuela se presenta en el salón donde están todos. Alexei espera ansioso sabe que todos se van a poner muy nerviosos con su presencia, y así fue.
Nada mas entrar el general no supo que hacer, le aterraba que la abuela estuviese allí, sabe el carácter que tiene y sabe que los franceses están allí esperando su herencia. El francés la saluda con un rintintín, pero la abuela, que ya conoce como es, se burla.
Cuando la abuela ve a la señorita Blanche junto a su madre,lo primero que hace es preguntar si está soltera, sospecha de que esté con el general y solo por su dinero, por eso la abuela se siente decepcionada, piensa que allí lo único que quieren es su dinero. Por último podemos observar en el fragmento como la abuela acusa al general de gastarse el dinero en la ruleta, sabe que esta arruinado y no le hace ninguna gracia que quiera su dinero y que solo se interese por ella para eso.
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ResponderEliminarNos encontramos ante un fragmento del capítulo IX de la obra 'El jugador'.
ResponderEliminarPodemos apreciar durante todo el fragmento una de las características principales de la obra: la conveniencia y el interés. Podemos observarlo por parte de el general y sus familiares, ya que al aparecer la abuela más sana que nunca antes, muestran que irónicamente se alegran de verla así, cuando lo único que desean es su muerte para poder heredar su riqueza.
Por otro lado, podemos observar la actitud que presenta el protagonista Alexei ante la situación. Se muestra observador y tomándose a modo gracioso la situación. Alexei mediante su actitud ejerce una pequeña crítica hacia el servilismo, ya que aún no concibe el hecho de que pertenezca a una clase inferior a la del resto, hecho que se muestra con mayor acentuación durante la escena en la que la abuela es el individuo cumbre con respecto a la cantidad de dinero que posee y el resto son inferiores. Por tanto durante toda esta escena se ubicará como el que se encuentra en el último puesto dentro del conjunto de personas que se encuentran.
Conoce perfectamente las intenciones de toda la familia del general y también conoce la forma de ser de la abuela.
Además podemos apreciar el fenómeno de matrimonio de conveniencia que pretende ejercer Blanche con el general, ya que piensa que el general le otorgará una vida de lujos, sin embargo mediante la astucia que presenta el personaje de la abuela, esta capta de inmediato las actitudes de la joven y expresa que no es de su agrado, a causa de su excesiva sinceridad.
Por último, una figura muy importante en el fragmento es la abuela, con unos rasgos muy característicos. En primer lugar, con solo echar un vistazo a una persona en concreto es capaz de desarrollar qué tipo de persona es y cuales son sus intenciones. Esto se debe a que su experiencia de larga edad se lo ha permitido. Además, toda esta información que le otorga su experiencia es capaz de expresarla sin reparo a la persona en cuestión. Esto en parte se debe a si fuerte carácter, por otra parte porque se encuentra algo decepcionado por el interés de sus familiares y por último porque al ser de una clase social tan alta, puede permitirse tener la libertad que tiene para decirlo. Este personaje es fundamental en la obra ya que por su sinceridad es distinto a todos los demás que solo buscan aparentar y están cargados de hipocresía