Tantos siglos yacen en las osamentas de todos mis enterrados ascendientes, donde Tybal, ensangrentado, aun recién sepulto, se pudre en su mortaja; donde, según se dice, a ciertas horas de la noche se juntan los espíritus... -¡Ay! ¡Ay! ¿No es probable que yo, tan temprano vuelta en mí -en medio de esos vapores infectos, de esos estallidos que imitan los de la mandrágora que se arranca de la tierra y privan de razón a los mortales que los oyen.- ¡Oh! Si despierto, ¿no me volveré furiosa, rodeada de todos esos horribles espantos? ¿No puedo, loca, jugar con los restos de mis antepasados, arrancar de su paño mortuorio al mutilado Tybal y, en semejante frenesí, con el hueso de algún ilustre pariente, destrozar, cual si fuera con una porra, mi perturbado cerebro? ¡Oh! ¡Mirad! Paréceme ver la sombra de mi primo persiguiendo a Romeo, que le ha cruzado por el pecho la punta de una espada. -Detente, Tybal, detente. -Voy, Romeo; bebo esto por ti. (Apura el frasco y se ar